lunes, 4 de noviembre de 2013

Mis ojos y el cloro



Suelo ir a nadar y no me gusta ponerme gafas. Ya llevo gafas graduadas todo el día, y para un rato que voy a la piscina y me las quito, no me apetece ponerme otras. Al salir tenia los ojos rojos, me escocían, etc, pero me iba aguantando. Hasta que un día se me pusieron tan rojos que me asusté y todo, parecía que los tenia llenos de sangre. Me puse, a regañadientes, las gafas de natación, pero entonces me mareaba, como si estuviera en la noria, se me revolvia el estomago.

Hablando con otros nadadores me comentaron que lo que tenia que hacer era ponerme lentillas y las gafas de natación encima. Nunca he usado lentillas, no me gustan. Entonces me enfadé y pensé: "venga ya, ¿ahora para nadar un rato tengo que comprarme lentillas?, y encima las gafas, que rollo, no quiero. ¡Quiero que el cloro deje de hacerme daño y punto!".

Y sentí ese click, esa sensación de certeza, de que ya no tendría que preocuparme más por ese tema. Así ha sido. Voy mucho a la piscina, nado bastante rato, y cuando salgo no tengo los ojos rojos, ni un poquito.

Esto fue hace varios meses, así que he seguido experimentando. El año pasado me volví alérgica a la plata y tuve que quitarme una cadena que llevaba. Me la he vuelto a poner y me he dicho "no me hará daño porque no me da la gana y se acabó". Han pasado semanas sin la más mínima reacción.

Como siempre han sabido los magos, la voluntad hace milagros.

"El que no cree en la magia nunca la encontrará". Roald Dahl

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